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REFLEXIONES EN TORNO A UNA ESCULTURA


Tras varios años estudiando en Málaga hay varias cosas del campus de Teatinos que no me son para nada ajenas: los bares de Plutarco, las bibliotecas (ya sea la General, la de Filosofía…), cafeterías como la de Ciencias de la Comunicación (erróneamente pronunciado “Turismo”), la facultad, ese grafiti que habla de una canción de Sabina o aquel otro que dice que no llueve eternamente. Pero hay algo que nunca deja de inquietarme y que alimenta mi curiosidad desde tiempos inmemoriales, situado en la rotonda que preside la Ciudad Universitaria. Sí, hablo de la conocidísima escultura titulada “Figura de pie en tres módulos”. ¿Y qué simboliza esta estatua? ¿Será una mujer? ¿Será una guitarra? Pues no. Gracias a las maravillas de Internet y del chat de Facebook me acaban de desvelar el misterio: mitad hombre, mitad mujer, lo que nos lleva a la idea de igualdad. Irónicamente nunca habría perdido nadie una apuesta que hice en el pasado: partíamos de unas premisas falsas.

 Originalmente iba a escribir sobre lo horrenda que me resultaba la obra en cuestión, pero ahora la tarea se dificulta. ¿Será que el placer de la contemplación estética no puede desligarse de la comprensión del objeto que la debe suscitar? ¿Ahora que entiendo esta escultura me gusta más? Pues poca cosa: sigue pareciéndome fea. Si he de sentir placer ante la representación de un concepto no será únicamente por amor hacia el mismo, sino porque me guste el modo en que queda plasmado: la obra de arte en sí. Y en este caso, más que de una creación artística, considero que estamos hablando de un timo hacia quienes la contemplan.
Hace poco visité a mi abuelo y terminamos hablando, no sé cómo, sobre el escultor malagueño Berrocal. Él lo conoció y me estuvo contando, entre otras cosas, una charla que mantuvieron en un bar. Resulta que Berrocal había vendido por bastante dinero un cuadro bastante simple, algo de una manzana invertida que teóricamente representaba la “antigravedad”. Mi abuelo, una persona que no se muerde mucho la lengua, se rió y le dijo que a él no le viniera con cuentos, que quizás podría venderle eso a alguien que no conociera bien su talento, pero que cómo iba a considerarse arte una cosa en la que él apenas necesitaba invertir tiempo ni esfuerzo porque le resultaba demasiado sencilla; que si vendía eso más caro que otras obras suyas que sí requerían de sacrificios sería por pura pillería. Parece ser que Berrocal no dijo nada al respecto, pero comenzó a reírse desternillantemente.

Lo que vengo diciendo: esta estatua me parece algo del estilo. Una autora (Elena Laverón) que, por lo que he observado, es bastante ingeniosa ha preferido aprovecharse en cierto modo de su fama para calificar de artístico algo que bien podría convertirse en logotipo publicitario dada su sencillez. Vale que no todas las obras de arte deban ser complejas, como en mi opinión demuestra la obra de Magritte “Ceci n’est pas une pipe”, pero al menos considero que requieren de algo que las diferencie de lo que podría realizar cualquier persona sin capacidad creativa. Y ya la definición del “talento” y sobre lo que es tener o no “buen gusto” se las dejamos a los estudiosos de la Estética.




Cristina Serrano Pedraza.

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