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Málaga casi me mata.


                Y no sólo se trata del nombre de una entrada de blog, ya que cuando llegué, yo, despreocupado pueblerino, simpático cateto, perplejo por las amplias avenidas y horizontes de asfalto de la ciudad, un apresurado conductor casi acaba con mi corta vida, ahora que estaba empezando mi conversión en urbanita.
          
     Soy granaíno, exporto malafollá por los cuatro costados y cuando llegué a Málaga cuál fue mi sorpresa: ¡no me la devolvían! Al entrar en sus bares, restaurantes y comercios, sentí una nueva sensación. Los dependientes decían buenos días, ponían buena cara, te ofrecían su mejor sonrisa… Ensimismado como si de una nueva raza con un curioso dialecto se tratase, mi ser se fue adaptándose al entorno malagueño con cierto recelo. Pero, ¿esto será siempre así o ha sido casualidad?
           
         Sintiéndome como Truman en su show, cuando regresaba a mis tierras notaba esa diferencia abismal de gentes, de costumbres autóctonas y sentí, que a pesar de estar tan cerca, unos pocos kilómetros bastan para separar y evidenciar como cambian los humos de unos aires a otros.
           
           Estoy contento, ha quedado claro, sin embargo Málaga es defectuosa en otros aspectos. (Nada es perfecto). Su falta de tapas en los bares, su mala comunicación con el barrio estudiantil y sus penosos garitos de fiesta le restan una belleza maquillada por su clima.
           
             Me voy a decantar por lo bueno, así que sin pensar en su cerveza, ¡enhorabuena malagueños!, tenéis una ciudad en la que apetece vivir… Pero no veranear. Ah, y ¡felicidades por el equipo!.


                                                                                             Javier Yáñez  Blasco

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1 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin duda, la mejor entrada.

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