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El problema es que de cine todo el mundo opina...

EL INCINERADOR DE CADÁVERES- Hipnótica rareza inclasificable del cine checo, casi cine de arte y ensayo. Una obra no apta para todos los paladares al ser un film complejo que utiliza la metáfora de un cremador de cadáveres de Praga para mostrarnos el sinsentido de las ideologías y de cómo un tipo pusilánime encuentra el refugio de su locura sociópata en la filosofía tibetana y en el Nazismo que se encontraba a las puertas de Chequia. Juraj Herz, director de la película, firmó el guión con el escritor de la novela homónima en la que se basa, Ladislav Fuks, y al poco de estrenarse se prohibió con lo que ha pasado a ser una obra maldita y por muchos incomprendida. La historia es un colosal alegato en contra los totalitarismos, en contra de la limpieza de sangre, en contra de la degeneración ideológica, para ello utilizan el vehículo de un personaje aterrador, Karel Kopfrkingl (descomunal Rudolf Hrusínský), entusiasta incinerador de cadáveres en un cementerio de Praga, que se toma su trabajo como si de un iluminado se tratara, un aséptico personaje que bebe de las creencias místicas tibetanas de ‘El libro tibetano de la vida y la muerte’ y que al estar a punto de ser ocupados por los nazis gente de su alrededor le comienza a inocular el valor de limpiar las malas hierbas que pueden ser judíos, drogadictos, débiles, afeminados y para ello nadie mejor que él que puede hacer en 75 minutos que todo se convierta en polvo, incluso llega a pedir más hornos y de más potencia para poder ‘asear’ a el pueblo más eficientemente, maravillosa alegoría de lo que pasaría más tarde en ‘Los Campos de la Muerte’ hitlerianos, lugares que el director conocía muy bien pues él estuvo recluido en uno, Ravensbruck. 



La cinta tiene su punto fuerte en su fascinante puesta en escena, tiñendo de un terror psicológico asfixiante cada fotograma, con una voz en off plácida y tenebrosa a la vez, con primeros planos asfixiantes, grandes angulares enfermizos, ojos de pez que transmiten agobio, el fotógrafo Stanislav Milota hace un trabajo en glorioso blanco y negro sublime, sumado a una banda sonora inquietante de Zdenek Liska, que te llega a poner el vello de punta, resultando un clima malsano turbador, inteligentemente Juraj imprime unos sutiles toques de humor negro que hacen no sea tan seca la película y se digiera mejor. Recomendable a todos los amantes de grandes obras que se salen de lo normal. 

Último aviso a lectores: No apta para cineastas con una visión clásica y una predilección al montaje lógico y ordenado.





Diego Villegas Lirola

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