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Vamos un
rato a Málaga a pasar el día.
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¿Otra vez,
mamá? De verdad, ¿no os cansáis de ir allí?
Si tuviera que responder a eso
ahora, claramente, y sin pensármelo dos veces, diría que no. Málaga me ha
enamorado desde que empecé mis estudios en la Universidad, y me enamora más a
cada día que pasa. Será su gente, su alocado clima, su cultura, sus rincones
ocultos, sus playas, sus paisajes, su ambiente, sus calles laberínticas que
hacen que pierda mi poco sentido de la orientación, o un largo etcétera lo que
me cautiva de esta ciudad, aún no lo sé. No soy malagueña de nacimiento. Nací en
un pequeño pueblecito de Málaga, llamado Vélez. Perdido de la mano de Dios y
tan pequeño y aburrido que no sé cómo he podido pasar tantos años en él. Y no
exagero cuando digo aburrido, no hay absolutamente nada para pasar un buen
rato. Será eso lo que tanto me agrada de Málaga, que es una ciudad que tiene de
todo. De hecho, me encantaría instalarme allí en un futuro para terminar mis
estudios, ¿qué mejor sitio?
El trayecto diario que tengo que
hacer en bus hasta Málaga, con esos conductores que derrochan simpatía a tales
horas de la mañana y con los empujones del resto de estudiantes no ha mermado
mis ganas de acudir a diario a ella. Es más, me incita a ir. Y es que si tuviese
que elegir algo de esta ciudad, sería claramente a las personas que allí he
conocido. Personitas, a cual más variopinta, pero, eso sí, totalmente
increíbles y maravillosas que he tenido y tengo la suerte de tener a diario a
mi lado. Y es que son ellos los que hacen que me sienta tan apegada a esta
ciudad, y consiguen que me levante a diario con ganas de coger ese bus lleno de
gente medio dormida rumbo a la Universidad.
Sara Rodríguez Guerra
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