Creo que todos tenemos claro que
la televisión (caja boba donde las haya),
influye profundamente en todos los públicos a los que se dirigen sus emisiones.
Es un “medio de comunicación” cuya
manipulación entraña no pocos peligros. Todas las ventajas que le atribuimos a
la televisión (información al instante,
ayuda a tomar decisiones rápidas, la sensación de estar informados, etc.) son
utilizadas por debajo de sus posibilidades en las emisiones reales. Y mejor no
entro a hablar de su papel educativo, el cual es totalmente inexistente. Padres,
apartad un poco a vuestros hijos de la televisión y ponedle un buen libro en
las manos, por favor. Porque lo que se consigue exponiéndose tanto a los
contenidos mediáticos es que nuestras características individuales, nuestros
pensamientos, se vean cada vez más y más anuladas. Que la caja boba atonta
demasiado, señores.
Es cierto que me parece increíble
que los espectadores no sean conscientes de la influencia y la capacidad que
tiene este medio para crear o modificar la reacción de la opinión pública. Las televisiones,
que sí son conscientes de ello, se dedican a presentar parcialmente la
realidad, empobreciendo los contenidos que ofrecen y causándonos una profunda
sensación de desinformación, al no exponer los hechos o conceptos de una manera
completa. No es conveniente que el pueblo sepa más de la cuenta, es mejor
darnos una falsa sensación de información. Y así nos va.
Además, con la excusa de “representar la realidad”, se reproducen
estereotipos, en algunos casos sangrantes, como es el grave perjuicio que se
infiere a la imagen de la mujer. Aquí debo pararme a reflexionar un segundo,
simplemente por el hecho de ser mujer. Somos constantemente degradadas aunque
no nos demos cuenta, tanto en la publicidad como en las emisiones de programas
de televisión (salvo honrosas excepciones).
Dado el carácter tan visual de esa cajita de imágenes (aunque ahora no sé si el término “caja” sería el correcto), parece
que la belleza física es el único criterio aplicable a la hora de representar
mujeres “válidas”, relegando la valía personal a un plano secundario por no
decir irrelevante. No podemos negar que la emisión de estos roles
estereotipados favorece la perpetuación de los mismos, ya que, a la larga, se
consideran como “normales” a los ojos
del espectador “crítico” (¿?).
Otro aspecto que me preocupa de
este medio, aunque creo a la mayoría de los espectadores ni les importa, es el
uso del lenguaje, por no hablar de los errores que cometen los individuos que
supuestamente están cualificados. Debido a esto, nosotros, ilusos e inocentes
espectadores, caemos en la confusión, sintiéndonos incapaces de discernir si un
uso es correcto o no.
Y creo que poco más puedo
contaros sobre ésta, nuestra tan querida televisión. Ah! Sí. Qué decir del
increíble boom de las imágenes de violencia que contemplamos a diario en TV. Es
cierto que vivimos en una sociedad violenta, pero esto no me impide acusar a la
TV de utilizar la violencia gratuita como forma de interés. La violencia, como
realidad cierta y presente, debe ser representada, pero no gratuitamente ni con
las intenciones con que actualmente se hace. Pero qué le vamos a hacer si nos
encanta el morbillo, somos así, ¿a qué
sí?
Sara Rodríguez Guerra
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