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La tele de mi casa es particular.

                      Pues no es mala idea eso de la televisión. Sobre todo en tiempos de crisis. Si no puedes salir siempre ponen algo, que por muy tostón que sea, nos lo tragamos igual. Así que dejemos de vacilar entre si gusta o no gusta la caja tonta porque todos sabemos la respuesta.
           La tele da calor en invierno y fresco en verano, con esa programación que los realizadores tan apropiadamente escogen para cada fecha. Mensajes como “date un chapuzón en este espacio de ocio” –mientras anuncian un programa de salsa rosa que se retransmite a las cuatro de la tarde- son los que nos impulsan y condicionan, a algunos mas que otros, a tragarnos ese “refrescante” programa mientras sudamos la gota gorda.
                    La caja amada, que ve todas conversaciones del salón mientras permanece estática, impasible, como si con ella no fuera la cosa. Está en las buenas y en las malas. Nos aburrimos, allí está ella. Nos gusta congregarnos con todos los miembros de la familia frente a ella en las ocasiones especiales, reírnos juntos, llorar juntos, vivir el año a su lado…
                
                 Vayamos a la programación. Últimamente, por mi ámbito de colegas audiovisuales, se comenta que la televisión está pasando a un segundo plano como fue concebida. En la actualidad se usa más de mera pantalla para reproducir películas de un DVD, USB o conectado al ordenador. En los tiempos en los que estamos, tienes que tener mucho tiempo libre o gustarte mucho una serie (como es mi caso) para que te enganches a su régimen de programación.      Sólo las mejores pasan a convertirse en citas ineludibles para su audiencia, que ya tenga que levantarse para poner las calles o descansar con una siesta reponedora, verá igual su serie favorita como si un sucedáneo de café se tratara. “¿Qué la serie acaba a las 1? No importa, tengo que ver que saber si desvelan que Antonio es el padre biológico de Ana Julia”.
                
                 Dicho esto, nos dejamos el ritual posterior en el tintero. Esa satisfacción de llegar a tu oficina o facultad, sabiendo lo que ocurrió anoche mientras  que tu compañero, el de los padres que lo mandan a dormir a su hora, se muere de ganas por escuchártelo contar. Tú, con unas ojeras importantes y haciéndote de rogar, relatas de forma lenta y pausada que no, que al final no pasó nada y sólo dieron un adelanto tras 15 minutos de anuncios.
                Y ahora aguanta el día. Con Morfeo dando la tabarra toda la mañana y tu muriendo por dormir en sus brazos.
                Pues si damas y caballeros. Así es la televisión. Generadora de sueños y destructora de ilusiones. Pero por lo menos, echamos el rato. I love TV.

                                                                                Javier Yáñez Blasco

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1 comentarios:

Anónimo dijo...

Le falta un poco de sal, cae en topicazos y no termina de abordar ningún tema, no obstante, me ha agradado el título: 7/10

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